viernes, 16 de marzo de 2012

Un Regalo Memorable

La primavera del año pasado fue una de las más tristes para mí. Me encontraba desolada luego de la muerte de mi madre, soportando la excesiva preocupación de mi esposo por el notable deterioro de mi salud. Creo que no hubo mejor momento para conocer que estaba embarazada. Primero, porque me permitió salir de mi estado de nostalgia. Y segundo, porque mi esposo y yo llevábamos tiempo anhelando soñar con este momento.

Sucede que siempre los más preciados regalos son aquellos que no tienen precio, e incluso los que quedan grabados con fuego en nuestros corazones. Y es que para mí no hay más dulce espera que la única que dura nueve meses. Ni sentimientos que puedan resumir en una sola palabra el sentir de cualquier mujer al enterarse que está embarazada.

Por primera vez desde el fallecimiento de mi madre, sentí que la vida no me oprimía cruelmente. Es como si todo a mi alrededor, de pronto, se alejara de las sombras que me perseguían desde hace semanas. Todo cobraba un repentino color, mi vida distaba mucho de ser un callejón sin salida, profundo y oscuro.

Aún me es imposible olvidar los cientos de horas que pasé imaginando su posible rostro, sus manitas, el color de sus ojos, de su piel y las dudas existenciales de toda madre no cesaron hasta que lo rodeé en mis brazos. ¡Una saludable y bella niña! Era una sensación indescriptible. Su pequeño cuerpecito era tan vulnerable en comparación con el mío, sus ojitos apenas los podía abrir, su rostro ceniciento y sonrosado, hacían de mi bebé la criatura más bella del mundo. Con los días, pude vislumbrar las bellas esmeraldas que tenía por ojos.

La serie de sentimientos que me embargaron en ese momento tan mágico, fueron abrumadores. Era como si toda la oscuridad enraizada en mi interior hubiera desaparecido de un segundo a otro, podía explotar de felicidad. Al fin era libre de poder respirar y ver mi vida, mi familia desde otra perspectiva; mi princesa había traído consigo la luz que no encontraba. Ahora mi familia era completa de alguna forma, y mi dicha incontenible.

Hoy puedo decir que mi embarazo me devolvió la fuerza y alegría que creí haber perdido con mi madre, y pese a los síntomas e inseguridades, no hay regalo que valga en comparación. Ni emociones que puedan llegar a explicar cuando reparas en que ese ser es un pedacito de ti. Por supuesto, la vida no es miel sobre hojuelas, pero a veces hay que buscar en el largo camino de la vida, esos detalles que iluminan nuestra existencia. Y es que ser madre es una de los más memorables regalos que duran más de una vida.

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